Alí Chumacero en el
jardín de las cenizas
Si la poesía juvenil
de Chumacero no es difícil sino exigente, la obra de madurez –llamemos con un
término convencional a la escrita entre 1948 y 1958–, cuando “Salón de baile” y
“alabanza secreta” aparecen en la segunda edición (1966) de palabras en reposo, pide una
colaboración tan absoluta que sólo puede llamarse complicidad.
Palabras
en reposo es uno de los libros más originales de la poesía
castellana en general y mexicana en particular. Fuera de nuestro ámbito está
aún por descubrirse como otros dos grandes libros de aquel mismo momento: La insurrección solitaria (1953) de
Carlos Martínez Tivas, y contemplaciones
europeas (1957) de Ernesto Mejía Sánchez.
Con la distancia de
los años Palabras en reposo surge
como una obra maestra impredecible e irrepetible. Por sí sola explica y justifica
el silencio posterior de Chumacero. En estos poemas llega a no parecerse a sino
a él mismo pero alcanza también un punto sin retorno.
Después de este
título que anuncia su propia culminación y desenlace, Chumacero calla porque el
camino de extremo rigor y máxima dificultad que se ha impuesto no puede
llevarlo sino al mutismo. Le ocurre algo parecido a lo que le sucedió a Salvador Díaz Mirón después de Lascas (1901).
Por otra parte, este
libro es de un poeta por completo lírico –es decir, subjetivo, intimista y
monologante– es el más cerrado y al mismo tiempo el más abierto, aquel que deja
entrar al “nosotros” y está lleno de personajes, invadido por las penas y los
goces del prójimo. En su aparente “pureza”, en el sentido del abate Bremond, es
también el más “impuro” y el más “contaminado” de realidad. Poemas que sólo
quieren ser poesía pero a su manera sutil son también “realistas” y en cierto
modo “narrativos”.
Una breve historia
puede leerse escrita en el revés de cada poema. Pero de poco sirve decir que el
gran “Responso del peregrino” es un canto epitalámico invadido por eco de
oraciones fúnebres en que se predice para los que se unen no el porvenir de los
cuentos de hadas, sino la dificultad de la convivencia humana y el final “despeño
de la esperanza”.
O que el extraordinario
“Monólogo del viudo” es el lamento de un hombre que ha perdido a su mujer,
muerta cuando le practicaban un aborto. La poesía no cuenta (para eso está la
narrativa), nos hace participar desde dentro de una experiencia ajena,
apropiarnos de ella, materializarla por medio de una lectura que es el menos
pasivo de los actos.
Estas palabras no
descansan en la inercia ni la inmovilidad. Su reposo es el poder de
transformación que Heráclito asignó al fuego. La poesía de Alí Chumacero será
siempre nueva en cada lectura y para cada persona que tenga el privilegio de
acercarse a ella.
José Emilio Pacheco